Bella Menorca

 
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Bella Menorca

Por Anna Codorníu

Menorca. Menorca es la más discreta de las islas baleares, la que pasa desapercibida. No tiene el tamaño ni la importancia comercial de Mallorca, ni el deslumbramiento y brillo de Ibiza, e incluso Formentera, siendo mucho más pequeña, es más reconocida y buscada por el color de sus aguas. Menorca es como una hermana del medio responsable, prudente, reservada, que no da problemas. O al menos así era en mi imaginario.

Supongo que por eso nunca había tenido prisa por ir a conocerla. Hasta el verano pasado, cuando lo único que me pedía el cuerpo en vacaciones era reposo, tranquilidad y silencio, y Menorca se presentó como el lugar idóneo para ello.

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Y me sorprendió, me sorprendió muchísimo. Me sorprendió su belleza tan honesta, tan salvaje, tan cruda. A diferencia del resto de sus hermanas, Menorca no ha sucumbido a las tentaciones del turismo y ha sabido mantener su esencia intacta. No hay construcciones monstruosas ni grandes complejos hoteleros quebrantando la armonía del entorno. Para acceder a algunas de sus playas hay que caminar más de 30 minutos por parajes boscosos y de difícil acceso porque no se han asfaltado caminos que permiten aparcar el coche a pie de playa (en algunos casos sí, en los que el terreno lo permite).

La vida se concentra, sobre todo, alrededor de Ciutadella y Maó, sus dos ciudades más grandes e, incluso en ellas, se respira ese alma de pueblo, con sus fachadas coloridas, sus lucecitas de verbena y sus personas mayores sentadas en sillas a las puertas de sus casas, saludando y charlando brevemente con la gente que se cruza con ellas mientras ven la vida pasar.

Tiene playas verdaderamente bellas, con un agua de color esmeralda que no parece real. Algunas de ellas, las más conocidas, están muy cotizadas y hay que madrugar mucho para disfrutarlas, sobre todo porque, a partir del momento en que el parking se llena, no dejan acceder a nadie más. Y luego hay otras que, por ser más inaccesibles, están prácticamente vacías y es una delicia tener unos parajes tan bellos para unos pocos.

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Nosotros alquilamos una casita en el campo, a 10 minutos en bicicleta de Ciutadella. Nos levantábamos con la salida del sol, poco antes de las 7h, y salíamos a correr por esos campos que respiraban naturaleza y paz. Desayunábamos en el pequeño porche de la casa algo de fruta, unas tostadas y una infusión, y a las 9h ya estábamos de camino a alguna de las playas. Cada día elegíamos una diferente y ahí nos quedábamos hasta la hora de comer, bañándonos, leyendo en la arena o explorando los alrededores. Al mediodía solíamos volver a la casa para comer una ensalada fresca y tumbarnos a la sombra mientras los ojos se nos cerraban lentamente. Por la tarde, sin prisas, salíamos a conocer los diferentes pueblos de la isla, aunque Ciutadella nos gustó tantísimo, que repetimos más de una y dos veces. Cenábamos pronto y cuando oscurecía ya estábamos de vuelta a nuestra casita. La noche empezaba a caer sobre las 20.30h y a las 22h la oscuridad era profunda pues la iluminación de la isla es también discreta. A esa hora solíamos estar leyendo ya en la cama y a los pocos minutos caíamos rendidos al sueño, a ese sueño feliz y sereno, fruto de sentirte en sintonía con tu cuerpo, con tu propio ritmo y con la naturaleza.

En el aeropuerto esperando el avión que nos llevaría de vuelta a Madrid sentí claramente que no tardaríamos en volver. Habíamos descubierto un tesoro.

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De los restaurantes y cafeterías que probamos, en Ciutadella me quedo con Es tast de na Sílvia, un restaurante pequeñito con certificado slow food y productos de km. 0; con Santa Clara, un restaurante nada pretencioso, con comida rica y una terraza en la plaza que era un deleite para las noches de verano; y con Ànima, una cafetería de techos abovedados, una decoración bonita y delicada y una repostería casera deliciosa. En Maó me gustó especialmente el jardín interior del hotel y cafetería El Jardí de Ses Bruixes, y Clorofil·la, un vegetariano con muchísima variedad de platos.

 

En cuanto a las playas, Macarella, Macarelleta y Son Saura son 3 de las más cotizadas, especialmente las 2 primeras, en las que, en los meses fuertes de verano (finales de junio – principios de septiembre), hay que estar sobre las 8h si se quiere asegurar poder entrar (si el parking se llena no dejan pasar a más gente). Lo cierto es que el color de sus aguas es impresionante y merece la pena verlas, y más a primera hora, antes de que se llene de gente.

 

Cala Pregonda fue mi favorita. Hay que andar unos 25minutos antes de llegar a la playa pero el paseo es muy bonito y accesible. La arena tiene unas tonalidades rojizas preciosas que contrastan con el color turquesa del agua. Por último, cala Pilar también me gustó mucho. Llegar a ella lleva una media hora de paseo pero el camino es boscoso con lo que hay sombra y se hace más llevadero. Es una playa bonita y, como Pregonda, bastante tranquila.

 

Mi máxima recomendación, por eso, sería olvidarse de todas las recomendaciones y descubrir la isla por uno mismo, dejando que te sorprenda :)

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La historia y todas las fotografías pertenecen a  nuestra colaboradora Anna Codorníu -Este post no está patrocinado por ninguno de los espacios recomendados.-

¿Conocen Menorca? ¿les gustaría descubrirla? Nos pueden contactar y planeamos juntos tu próximo viaje ! 

 
 
 
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